Por sí sólo, diseñar tiene múltiples dificultades, trabas y
complicaciones. Si, además, pretendemos que un diseño comunique, atribuimos una
cualidad que inmediatamente lo hace funcional (objetivo del Diseño). Pero si el
receptor no comparte el mismo código en el mensaje ni percibe los objetos, las
formas, los colores, etc., de la misma manera que un Diseñador… ¿Cómo van a
percibir el mensaje si las visiones son diferentes? ¿Qué conocimientos podrían
aplicar los receptores para emitir un juicio de valor? ¿Cómo lograr una buena y
efectiva comunicación de aquello que se pretende?
Los receptores emiten fácilmente juicios como “me gusta”,
“está padre”, “qué bonito” y comprenden que los elementos utilizados de una u
otra forma tienen armonía. Por lo tanto, el problema no es el diseño en sí,
sino que éste represente lo que realmente busca el diseñador y no dé pauta a
malinterpretaciones, o sea, una mala o nula comunicación.
Una definición de Comunicación nos dice: La comunicación es
el proceso de transmitir ideas o bien símbolos, que tienen el mismo significado
para dos o más sujetos los cuales intervienen en una interacción. Si tomamos en
cuenta lo anterior, la comunicación en el diseño no puede darse si las personas
involucradas (emisor y receptor) no manejan el mismo significado y/o
razonamiento de los elementos que interfieren en el diseño.
O sea, el usuario o cliente no comprende ni conoce las
categorías que se emplean en un trabajo de diseño; su acercamiento es
superficial y esto lo hace valorar errónea y subjetivamente. Por eso, la
comunicación es “mala” en el sentido de que el receptor no conoce los motivos
del diseño, porque los códigos del mensaje no son igualmente interpretados pero
finalmente le sirve, lo acepta y lo consume.
Por lo tanto, los diseñadores en el sentido estricto del
término comunicar simplemente lograrían hacerlo con los mismos diseñadores, y
el “cliente”, siempre concebido como externo o ajeno al diseño: en realidad no
lo es, pues también son diseñadores los que consumen diseño, porque lo conocen
y lo aprecian.
Desafortunadamente, la estrecha relación entre diseño y arte
estereotipa al diseñador en un rol de dibujante o artista, más no de ejecutivo
o empresario. Es también por este motivo que la interacción con el cliente se
vuelve más difícil, pues su propuesta se queda meramente en lo gráfico, lo
visual y creativo. Al contrario, un mercadólogo (que tiene un enfoque
completamente dirigido a ventas y a pesar de su mínimo conocimiento en la
materia) también es capaz de ofrecer soluciones de diseño con el plus de que
éstas aporten, además, valor económico, lo que hace de su propuesta una mejor
opción; para cualquier cliente es mucho más importante generar (económicamente
hablando) que comunicar a través del diseño.
En conclusión, el papel del diseñador en la actualidad se
vuelve cada vez más complejo. No sólo debe realizar su actividad primordial
(diseñar) que por sí sola ya es suficientemente complicada. Además, su trabajo
debe ser comunicacional, debe lograr que el cliente (cualquiera que sea)
entienda el mensaje claramente y sin ambigüedad alguna. Y también fungir como
empresario, pensar que lo diseñado sea (además de atractivo) redituable e
innovador.
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